Artículo escrito por Jazmín Acuña
El feminismo es movimiento en el sentido más amplio. Desarma estructuras que creíamos inalterables, te modifica y moviliza al cambio. Es que no hacerlo significa la continuidad de relaciones opresivas que en casos extremos son cuestiones de vida. El mundo tecnológico no está libre de las desigualdades de género que vemos en nuestras vidas analógicas. Al contrario, se reproducen, se recrudecen, y tomas nuevas formas. Ante eso hay ciberfeminismo: una corriente feminista de pensamiento y acción que explora la relación entre las mujeres, Internet y las tecnologías. Inadvertidamente, es la corriente donde se podría encontrar la posibilidad de rescatar a la red.
Algunos dicen que hemos perdido a Internet, que está rota, que dejó de ser de la gente, que se la hemos entregado a unas cuantas corporaciones. Todo esto es cierto, pero implica creer que Internet fue desde sus orígenes una invención democratizante o liberadora, nada más alejado de la historia. La idea se remonta a finales de los ‘50, cuando la Rand Corporation, un “think tank” de las fuerzas armadas de EE.UU, se imaginaba una red de comunicación que pudiera defenderse de ataques nucleares. Luego de los ‘90 el acceso a Internet se vuelve masivo, pero no pasó mucho hasta que unas pocas corporaciones como Google y Facebook llegaran para dominar nuestra experiencia en la web. Y las revelaciones de Edward Snowden sobre la vigilancia masiva aplacaron el tecno-optimismo que dominó las conversaciones por mucho tiempo.
Que Internet es un espacio de disputa de poder y control, las ciberfeministas siempre lo han sabido. Algunas más esperanzadas sobre las posibilidades de la red que otras, pero a ninguna se le puede atribuir una mirada naif sobre ésta. Emergen también en los ‘90, en coincidencia con la masificación del acceso a Internet y desde entonces producen conocimientos, hackean software, intervienen con arte, denuncian la violencia. Con esto buscan devolverle a Internet lo que siempre aspiramos que sea: libre, diversa, ilimitada y cambiante.
Las mujeres en el origen de la informática
Contraria a la imagen masculina que predomina en el mundo tecnológico hoy, el origen de la programación tiene rostro femenino. Esa fue una de las principales reivindicaciones de Sadie Plant, una filósofa y teórica que con sus escritos en los ‘90 fue fundacional para el ciberfeminismo. Apunta al vínculo entre las máquinas de telas y la programación. Del oficio donde predominaba la mano de obra de mujeres nace el telar de Jacquard, que se considera la antecesora de las computadoras. Plant rescata también la figura de Ada Lovelace, matemática y escritora británica que es considerada la primera programadora. Por esta tradición, Plant invita a retomar ese protagonismo inicial:
Y cuando ordenador era un término que se aplicaba a trabajadores de carne y hueso, los cuerpos que los componían eran mujeres. Hardware, software, wetware…antes de sus comienzos y más allá de sus límites, las mujeres han sido las simuladoras, ensambladoras y programadoras de las máquinas digitales (Plant, 1997).
Plant interpreta el diseño de la matriz como una posibilidad de subvertir el binarismo de género. Ahí, en los ceros y unos del código, ella no ve oposición. En la matriz digital se anulan las diferencias entre lo femenino y lo masculino y se abre un mundo de posibilidades de ser alejado de estructuras rígidas o impuestas.
Similar a Plant, la matriz también fue la figura que motiva al colectivo de artistas ciberfeministas VNS Matrix. En 1991 publican el manifiesto ciberfeminista para el siglo XXI, cargado de un lenguaje provocador y sexualizado que busca desafiar las formas de dominación del ciberespacio. La palabra ciberfeminismo irrumpe con este manifiesto característico del espíritu de esos años, crítico de la globalización que avanzaba con su moral patriarcal y se insertaba en el diseño del desarrollo tecnológico. Eran años donde la Microsoft de Bill Gates ya había captado el 90% del mercado de computadoras personales en todo el mundo.
…Somos el virus del nuevo desorden mundial
reventando lo simbólico desde adentro
saboteadoras de gran papá unidad central de computadora
el clítoris es una línea directa a la matriz
VNS MATRIX
terminators del código moral…
– Extracto del manifiesto ciberfeminista para el siglo XXI
Posterior a ellas, se destaca el colectivo ciberfeminista subRosa en EE.UU, que tiene una conexión con nuestro país para muchos desconocida. Una de sus fundadoras es la artista Faith Wilding, que nació en Paraguay en 1943 y emigró a EE.UU con su familia en 1961, en plena dictadura estronista. Wilding es reconocida por sus aportes al arte feminista, entre éstos el colectivo subRosa. Desde 1998 tienen interés en hacer visible las conexiones entre la tecnología, el género y la diferencia a través de intervenciones artísticas, investigaciones y debates. Su foco de trabajo es el efecto de las bio-tecnologías en los cuerpos, vidas y trabajo de las mujeres, un tema que nos atraviesa todos los días, como vemos con las comunidades campesinas que sobreviven enfermas bajo los efectos del herbicida Roundup de Monsanto o las consecuencias del consumo de la píldora en la salud de las mujeres. En este último ejemplo se puede distinguir el sesgo machista en el desarrollo de anticonceptivos. La industria farmacéutica no solo no está interesada en producir anticonceptivos hormonales para varones, sino que han detenido su producción porque produce efectos secundarios que son exactamente iguales a los que sufren las mujeres.
Entre la erradicación de la diferencia y la acción política
No se puede hablar de ciberfeminismo sin mencionar a Donna Haraway, una profesora post-modernista que sacudió los debates feministas de los años ‘80. Ya en 1985 proponía con su manifiesto Cyborg erradicar los límites tradicionales del género. Ella introduce la figura del cyborg, compuesta en parte por humano, en parte por máquina, como metáfora para su planteamiento de re-evaluar la división entre hombre y mujer. También critica al feminismo esencialista, porque considera que solo existen afinidades entre mujeres y que no hay nada esencial en el ser mujer.
La idea de Haraway es controversial en cuanto podría anular la posibilidad de acción política. No se pueden denunciar injusticias partiendo de la negación total de las categorías que nos han sido asignadas. Inclusive Judith Butler admite que la identidad puede ser vital para enfrentar estructuras opresivas. Entonces, es necesario encontrar el balance efectivo entre la aspiración de crear esa red de afinidades que proponía Haraway, apartadas de los límites del género, y la necesidad de que todas las personas –todas las identidades– puedan ejercer plenamente sus derechos en la práctica.
Mas la propuesta de Haraway sigue vigente. Resuena en los ensayos de otras mujeres que han escrito sobre el ciberfeminismo. Al igual que Haraway, Ana Martínez Collado cree que desde las tecnologías se pueden reformular las relaciones y superar estereotipos. “Tal vez estamos ante la más bella utopía que la humanidad ha podido concebir: la posibilidad de darse forma (y destino) a sí misma”, dice. Sus palabras se pueden ver en gestos propios de la red y las tecnologías hoy en día: el uso de identidades anónimas y asexuadas, el manejo de perfiles de redes sociales de forma colectiva, la encriptación como condición innegociable para una comunicación verdaderamente libre, la opción por el software libre y el sexting como postura política ante la censura sobre los cuerpos y el deseo, por citar algunos.
Todos los gestos mencionados ya son parte de las acciones promovidas por colectivos ciberfeministas de toda Latinoamérica. En Brasil las compañeras de Coding Rights, Enredadas en Nicaragua, Luchadoras de México y GeoChicas en Argentina, entre muchas otras. Trabajan en red, unidas por una mirada crítica y movidas por la posibilidad de construir una alternativa desde el Sur a la hegemonía del Norte sobre el desarrollo tecnológico. Investigan, publican, hacen talleres, impulsan campañas, hackean. Sus voces se escuchan desde los foros de gobernanza de Internet hasta los movimientos sociales de base más tradicionales de todo el continente, donde ya comienzan a inquietarse por apropiarse de las tecnologías y no viceversa. De muchas maneras, ellas están llevando adelante la visión de las ciberfeministas de los ‘90 pero con un abordaje más interseccional, que si incorpora identidades de clase, de etnia, de raza para la acción política. Y en las discusiones sobre el futuro de la red son atentas a la historia de colonización e imperialismo que marcaron a Latinoamérica para proponer otro tipo de desarrollo, uno más horizontal, descentralizado y abierto.